Prevenir que los niños se conviertan en adolescentes ansiosos

29 de junio de 2015

Entre los desordenes psicológicos  más comunes en niños y adolescentes, se encuentran los trastornos de ansiedad. Estos pueden llegar a limitarlos severamente, convirtiendo situaciones que los demás viven como normales, en fuertemente angustiosas.  Por ello, las víctimas de la ansiedad patológica, terminan por evitar todo aquello que les causa malestar, impidiendo un progreso adecuado en sus vidas.

Los últimos estudios en relación al origen de estos trastornos, confirman que el tipo de relación que establezcamos con nuestros hijos durante la infancia, determinará en gran medida la existencia de ansiedad desproporcionada en la adolescencia y adultez.

Muchos padres desde la mejor intención, caen en el error de sobreproteger a sus hijos.  El constante mensaje “ten cuidado”, instaura la idea en el niño, de que el mundo es un lugar peligroso y que por ello hay que estar siempre en guardia, así como sentimientos de desconfianza ante los demás.  Por otra parte, no dejar que hagan nada por si mismos para evitar que se equivoquen, generará un sentimiento de baja eficacia y de temor desproporcionado cuando no estén bajo el amparo de sus padres.

Una relación de apego saludable se caracteriza por  generar en el pequeño, una base de confianza y seguridad que le haga sentir que el mundo es un lugar seguro. Todavía no es el momento de que comiencen a preocuparse ya que podrían generar inseguridad en su carácter.  Este tipo de vínculo saludable, también anima a la independencia, en la medida de lo posible y siempre en función de su edad. En  el momento en que el niño aprenda o intente  hacer algo por sí mismo, hay que premiarle, mostrándonos orgullosos y haciéndoselo saber, reforzando así su sentimiento de eficacia. Conseguir el equilibrio entre atención, afecto incondicional y  promoción de su independencia, es la clave para que generen seguridad en si mismos.

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¿Duermes bien por las noches? El problema es que muchas personas no duermen bien. Algunas de las causas por las que esto sucede son el estrés, vivir a contratiempo, uso de pantallas antes de dormir, pensar demasiado, entre otras. Tal y como indica Cordellat, A. en el artículo, cuando dormimos nuestro cuerpo no se apaga, sino que trabaja para repararse y recargarse. ¿Qué sucede mientras dormimos? Se consolidan nuevos aprendizajes, nuestro sistema inmunológico se fortalece, tu cuerpo se recupera, tu corazón baja el ritmo y se regulan las hormonas. También se explican algunas pautas fáciles que pueden marcar la diferencia: Establece una rutina relajante antes de acostarte Apaga pantallas al menos una hora antes de dormir Evita comidas pesadas y procura cenar al menos dos horas antes de ir a la cama Limita el café, té, y azúcar. Elimina el alcohol Controla las siestas (máximo 20-30 minutos) Haz ejercicio regularmente, pero no justo antes de dormir Aprende a gestionar el estrés, y si es necesario con ayuda de un profesional de la salud mental  En opinión del Dr. Carbonell, dormir no es perder el tiempo, es cuidarte. El sueño no debería verse como una opción, sino como una prioridad. Invertir en un buen descanso es invertir en tu salud física, mental y emocional.
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